El éxtasis de Mitácora

Si supieras las ganas que tengo de creer en ti, Dios mío. De salir a la calle y descubrir tus huellas dactilares impresas en las hechuras de todo cuanto veo.

¡Ay Dios!… ¡Qué no daría!... Que se derrumben los puentes alzados por las manos de los hombres. Que se duerman las noches al inclemente raso. Que se escatime perpetuamente del alimento. Si a cambio obtengo el consuelo de saberme parte cierta de tu obra.

En verdad la prueba más dura es la ausencia de pruebas.

Agotado de abrazar a nadie cuando pretendo aferrarte, he cambiado el destino de mi afecto. A espera de tus nuevas me dedico al prójimo, que a éste sí que llego, a guarecerle contra mi pecho, a administrarle abluciones con mis besos. Así alivio tanto amor estancado y no se me pudre dentro. Pretendiendo quizás alcanzarte a través de tus presuntas criaturas, pero sacando alguna gratitud al menos, que no será un licor tan dulce como el que destila tu bendita presencia, mas sacia la sed que provoca la fatiga del camino de desearte y no tenerte, por siempre, amén.