El sentido de tu orfandad o la serena hermosura de la cotidianidad


Quedas plenamente huérfana.

Ahora que escampó la lluvia negra
vienes a acurrucarte en mi regazo,
gata empapada,
alegando cualquier pretexto...

“Ya sólo me quedas tú…”,
ronroneas con el hociquito metidito entre mis pliegues.

Y en ese instante
sin duda
sé:
Que bajaré al averno.
Que desoiré el canto de las sirenas.
Que avendré a los Montescos con los Capuletos.
Que construiré un arca donde resguardar a pares las fieras.
Que acometeré a gigantes aunque resulten ser molinos de viento.
Que seguiré mal versando esta pantalla en blanco sin la menor vergüenza...
Con tal de volver esta noche de nuevo al tresillo donde te has quedado dormida frente al televisor, desconectar el aparato, despabilarte tenuemente, decir que es muy tarde y que ya es hora de acostarse, esperar que apruebes mi sugerencia, conducirte entonces abrazada a la cama mientras apago las luces que vamos dejando atrás con nuestros pasos, meterte entre las sábanas, arroparte, comprobar que tienes el despertador bien puesto, dar un rodeo para echarme por mi lado, una vez dentro, sentir como instintivamente te acercas, permitir que recuestes la cabeza sobre mi pecho para conciliar el sueño, darte un beso.

No hay comentarios: