Si no nos salvamos a nosotros mismos es que no merecemos ser salvados. En consecuencia, aunque exista dios no va a ayudarnos, luego es inútil pedirle cuentas por lo ocurrido o la concesión de alguna gracia.
Ahí estará, supongo, observando a sus hijos concentrado, no sé si mordiéndose las manos para no echárnoslas, no sé si cumpliendo serenamente con su obligación de respetarnos.
¡Velay!: el albedrío.
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