Urbano (2)


Vivía sólo Urbano en la ciudad. Siguiendo el ejemplo de muchos convecinos allá que fue, dejando propiedades y padres en el pueblo. Aunque tardó más que otros en renunciar al terruño, porque era hijo único y no tenía con quién repartir los frutos de las tierras, lo que le hizo rentable durante más tiempo la permanencia en el medio rural que le había tocado. Pero el campo ya no daba como antes, a pesar de las subvenciones, el precio del secano no hacía más que bajar, “muchas hectáreas hay que tener para vivir del secano”, le contestaban a sus quejas en la cantina, “aún siendo tú solo...”, remataban. Reflexiones comunitarias que concluían irremediablemente en la necesidad de fundar una explotación mayor, comprando fincas, ahora que había tantas desocupadas, invirtiendo en maquinaria, contratando personal, buscando financiación... Urbano no se sentía ungido del carácter empresarial, jamás fue un emprendedor, además, cuarentón consumado como era, no se sentía ni con edad ni con ganas para enfrentar andanzas tales. Así que decidió dejarlo todo, cambiar de bando en el campo de batalla de la lucha de clases, y vivir únicamente de lo que le dieran por su fuerza de trabajo. No obstante, para si consideraba la mudanza como pasajera, pues contaba con la posibilidad de que el día de mañana el influjo y desarrollo de la cercana ciudad hiciera incrementar el valor del patrimonio familiar, pudiendo sacar una buena tajada con su venta; se sabía que había muchos intereses en que la capital se expandiera precisamente por donde tenía la finca, incluso ya se hablaba de apaños urbanísticos para quitar el epíteto rústico a las parcelas; ésa sería la oportunidad de regresar a la condición social y al pueblo que ahora abandonaba. Gracias a la influencia de paisanos bien situados, encontró empleo en una de las industrias auxiliares del automóvil que arremolinadas sobre las ubres de la marca mater, disputaba a sus hermanas de camada un puesto de mamón en la primera fila de los proveedores. Proporcionaban al último modelo de vehículo en el mercado componentes a un coste intolerable para los organizados sindicatos de la multinacional de haberse producido dentro, pero que externalizado en una pequeña empresa dejaba de ser tan indignante.
En un principio ocupó una habitación que quedaba libre en un piso de alquiler compartido por desplazados como él, pero enseguida se buscó hospedaje propio. No gustaba de mostrar sus manías al prójimo, no quería dar de qué hablar con hábitos muy queridos para él, pero que la convivencia coartaba. Como eso de estar cualquier noche recogido bajo manta, pronto, pues había que madrugar mañana, y bien entrada la noche ser despertado por una vaga inquietud en los cojones, remusguillo que no remitía tras la micción de rigor, con lo que marchaba al lupanar más cercano a calmarlo en manos de una profesional, regresando poco después manso a la cama para dormir como un niño. Los amigos están bien, pero cada uno en su casa y Dios en la de todos. La opción privada de alojamiento era más costosa, claro, pero él no tenía cargas aparte del propio sustento, sus padres tenían para ellos con lo de la pensión más las rentas de la tierra, por lo que no estaba tan condicionado por el control presupuestario. Situación desahogada, que aparte de permitirle disfrutar de modestos caprichos, hacía su existencia en la ciudad más plena. Al no estar obligado a transitar a diario por una línea de metro con tres únicas paradas, la de trabajar, la de comer y la de dormir, que únicamente los fines de semana, festivos y no laborales de convenio, abre el resto de los apeaderos. Así que andaba por el barrio con “el pitillo en los labios” y “el alma disponible”, que dijera el poeta*. La predisposición favorable a que empuja la soledad, el estar desocupado tras el trabajo, la sencillez de carácter propia del aldeano con que se desenvolvía, y el hecho de haber adoptado el inquilinato en una de las comunidades con más solera de la zona, consiguieron que se integrara pronto en el vecindario.

*Extractos del poema “Momentos felices” de Gabriel Celaya.

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