Paraíso perdido

(Un cuento para adultos, que andan bastante más necesitados que los niños de ellos...)


Si lográis prestar atención a la ancestral voz de esta conseja, veréis… Veréis qué cosas cuenta...

Es difícil, lo sé, interesarse por los asuntos que les ocurren a otros cuando los propios están ahí, esperando ser tratados. Se hace aburridísimo, por no decir insoportable, detenerse, permanecer quietecitos y en silencio, renunciando por un momento a los menesteres que nos ocupan la mollera a diario desde que ponemos un pie fuera de la cama. Ésos que perseguimos afanosamente con el propósito de atraparlos, y que se diluyen sin dejar huella una vez que les tenemos entre las manos.

A pesar de ello, ruego un poco de paciencia a todos los que me estén atendiendo, a fin de dar término a la lectura que les brindo. Pero no seré yo quien imponga asistir a esta homilía. Así pues, si en este rato les pasa por delante un caso aparentemente inaplazable, y no pueden desoír la llamada de la selva, corran, corran, levántense y corran tras él. Con cuidado de no tropezar, no se den un batacazo, pero corran si es su anhelo. Les deseo suerte en la cacería y, por supuesto, no les guardaré rencor por la espantada.

Ocurrió que un instante antes de que las personas marcharan expulsadas de Paraíso, Dios se apiadó de ellos y les otorgó un don.

Dicho así imagino la sorpresa de alguno, sobre todo si no estaba al tanto de lo que la tradición rumorea. Para poneros en antecedentes sabed que lo que se dice es que en el principio todas las criaturas, incluidos los humanos, habitábamos juntas en Paraíso, dedicándose cada uno a lo suyo y dejando en paz al resto, y que a quien organizaba todo el tinglao le llamaban Dios. ¿Que no sólo es que Dios fuera el que mandaba en Paraíso, sino que también era quién lo había creado? Este extremo nunca fue reconocido por él, no obstante también nunca se lo preguntaron abiertamente, ni por supuesto se le hizo prueba de paternidad alguna. Bien podría pensarse, por la soltura con que dirigía la orquesta, que efectivamente había concebido tanto a los instrumentos como a los concertistas. Pero constancia fehaciente de la autoría no se tiene, ignoramos si fue creador antes de gobernante.

Lo siento, pero no os puedo describir Paraíso, se desconoce cómo era. Nadie queda de los que vivieron en él. Dicen que si patatín o que si patatán. Eso sí, todo bueno, no he oído nunca a alguien hablar mal de Paraíso, eso me induce a pensar que era un sitio donde uno siempre tenía la razón o donde los actos no tenían consecuencias, algo así sería para ser alabado unánimemente. No sé, a veces se magnifica lo que no se tiene, más aun si te lo han quitado; para mí, considerando el inconformismo crónico que sufre nuestra especie, que le sacaríamos pegas cuando estábamos dentro, no lo podemos evitar, está grabado en nuestra esencia. Lo cierto es que a fecha de hoy se considera unánimemente por los entendidos a Paraíso como un sitio estupendo, y no es ésta la ocasión de contradecir a la doctrina. Cualquier cosa que os pueda decir no es más que mera conjetura, pues no existe actualmente, ni siquiera fosilizado, individuo alguno que haya habitado en dicho lugar.

De los sucesos que provocaron la tan cacareada expulsión tampoco se sabe nada fehacientemente. Homicida tuvo que ser la entrada para merecer la sanción máxima: por detrás, con los tacos por delante, enfilando el ligamento cruzado. Grave tuvo que ser la lesión del contrario, vamos, de dejarle con la pata chula una buena temporada, a tenor de la roja directa. El hecho que trascendió fue el de comer sin permiso una manzana que estaba en un árbol muy bonito y que ofreció una serpiente parlante... En verdad que visto desde aquí no parece cosa grave eso de robar una manzana por mucho que la ofrezca una elocuente sierpe o por frondoso que fuera el manzano... Algo haríamos… Algo nos empujó a romper las reglas… Lo que por otra parte poco me extraña, abundando en lo del inconformismo crónico de la especie, si se impuso alguna norma imperativa seguro que no paramos hasta quebrantarla. En fin, seremos prudentes y daremos la versión oficiosa por buena. Además, qué importan ya los motivos, lo importante es que sufrimos las consecuencias. Lo cierto es que la instrucción del proceso no se hizo pública, bien pudiera ser que lo de la manzana no ocurriera realmente... O quién sabe, lo mismo en Paraíso, pillar una manzana es un acto terrible...

Sobre el don otorgado, decir que es de esos dones que suele dar Dios: anodinos, lectivos, de los que hay que fijarse bien para considerarlo, y cuando al fin caes en su cuenta, no parece para tanto de por supuesto que se tiene. Sólo cuando falta después de haberlo disfrutado es cuando se valora su importancia. Así son los dones que nos da Dios, totalmente faltos de glamour.

En fin, basta ya de preámbulos y prosigamos... Como hemos dicho, ocurrió que Dios se apiadó de los expulsados. El día de la sentencia se habían congregado alrededor de la puerta de salida el resto de criaturas paradisiacas. El juicio fue sonado y nadie quería perderse el momento de la expulsión. Jamás de los jamases se habría expulsado a alguien, digo yo, para merecer tantísima expectación del respetable. Mientras observaba con los brazos cruzados por detrás de la espalda, el ceño fruncido, la mirada seria, como eran arrojados fuera los humanos escoltados porra en mano por el jefe de policía Uriel, dio en pensar Dios que lo mismo se había pasado. La pena impuesta no sólo consistía en abandonar por siempre el bienestar acostumbrado (y de todos es sabido lo molesto que es apretarse el cinturón), sino también en ganar el pan con el sudor de la frente y en parir con dolor a los hijos (esta última sanción únicamente importó al 50% de los condenados). Así que justo antes que el último talón, del último pie, del último de la fila cruzara el dintel, movió el meñique de la mano izquierda que tenía oculta tras la espalda, con disimulo, ya que no podía permitir que el resto de los vecinos se dieran cuenta de un cambio arbitrario en el fallo declarado, no sea que dudaran de su justicia y se armara una buena.

Con el imperceptible movimiento de dedo, Dios concedió un don que dulcificara el castigo, engarzando en la sonrisa de cada vástago de la casta desterrada un rayo de la luz que ilumina Paraíso. Así, con tal de mirar el rostro de sus hijos, verían bajo esa luz las situaciones, mitigándose la desesperación y el miedo del ánimo de los hombres, y las fuerzas agotadas en vivir bajo tan duras condiciones tornarían de nuevo, alcanzando a realizar esfuerzos que creían imposibles.

Dios suspiró cuando se cerró la cancela, los que estaban a su lado creyeron que era por la satisfacción de ver su voluntad cumplida, pero el aliento de desahogo lo provocó el alivio que sentía por haber corregido in extremis el contenido de la sentencia. Terminado el espectáculo se disolvieron los congregados, y cada cual marchó a ocuparse de sus tareas.

Después Dios permaneció en silencio largo tiempo (digo tiempo y digo después, para entendernos, pero en Paraíso no tiene sentido hablar de tiempo, pues allí siempre es siempre). Todos en Paraíso achacaron el mutismo al disgusto de haber tenido que imponer tan dura condena a parte de sus administrados. Pero no sólo era por eso, también estaba extrañado, era la primera vez que variaba de opinión ya dictado el veredicto. Se podría decir entonces que casi había fallado, y eso para Dios es motivo de mucha preocupación.

Esto fue lo acontecido tal y como se ha transmitido de bardo a bardo, como me lo contaron así os lo he contado. Al plasmarlo aquí, cumplo mi misión de difundirlo.

Posdata: dedicado a todos mis buenos amigos y familiares que son sufridos mamás y papás. Desde entonces que se lo debo. Lástima que nunca lean este cuento.

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